De alguna manera supe que le perdería.
Él era un idolatra,
de un Dios de barro,
y yo adoraba locamente su cuerpo.
Él pidió,
un porqué de mi vida,
y yo le dije:
que él era mi respuesta.
A él no le gustaban mis poesías,
a mi no me dolió cuando se marchó
sin dar una explicación,
y me quedé sola
en aquella parada de tren,
pensando en bajar
o continuar la travesía.
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