Cierro mis ojos
en silencio,
mis pestañas amortiguan las cataratas
saladas que nacen en ellos.
Mi garganta arena ardiente,
no articula ningún gemido de descuensuelo.
Pétrea, como la sal,
te echo de menos.
Un dios vengativo
me dio tal pesar
que en tu cuerpo cada día muero.
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